la
maga
Rayuela, de Julio Cortázar |
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A medida que el
siglo XX madura, prosperan ideas europeas que consideran al lector como fundamental en la
génesis de la obra literaria. Años antes de la publicación de Rayuela, José
María Castellet reelabora y sintetiza esas ideas en una obra clave en la crítica
española; La hora del lector, Barcelona, Seix Barral 1957. Cortázar, sin
embargo parece estar destinado para poner en práctica, en la obra de creación hispano
americana lo que ya estaba latente.
En su soledad de París, Horacio intenta la comprensión de otro ser paralelo: Morelli, el escritor sin amigos y sin lectores. No obstante, en sus teorías literarias encontramos el manifiesto de Cortázar en lo que atañe a literatura de liberación. Ante las acongojantes visicitudes del siglo XX, el intelectual se encuentra en solitario, perseguido muchas veces por la izquierda y la derecha, por el gobierno constituido y por convenciones sociales. Para él la mayoría de las veces, solamente le queda el lector como meta de comunicación. Ahora bien, este lector está masificado, acosado por los medios de información modernos. El autor no puede permanecer en la misma situación de superioridad que el narrador tradicional; tiene que hacer un pequeño esfuerzo para atraerse la confianza del lector. Para contar las penas al semejante hay que acudir a la ocasión propicia, para que el interlocutor comparta las congojas. El autor debe procurar estar en el mismo tiempo que el lector, a su altura y en su mundo. Morelli parece entregarse a la búsqueda de esta solución: "Intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligadamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional, otros rumbos esotéricos". No se trata de un "mensaje", sino de una conversación entre "mensajeros". Para Cortázar no hay novela sin lector- creador. La literatura es vida compartida, "puente vivo de hombre a hombre y que el tratado o el ensayo sólo permite entre especialistas". Lo que persigue Morelli- Cortázar es poner al lector en una situación personal, en un contacto directo, sin barreras de tesis o mensajes psicológicos. En síntesis, Morelli expresa la sublime intención de Cortázar: "Por lo que a mí respecta, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo". Naturalmente, el lector entonces tiene que dejar de ser un ente pasivo que adquiere la obra, la almacena, la vuelve a tomar entre sus manos, la lee y la elimina. No es así la intención del autor, sino que aspira a mucho más: "Hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultanearlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así podrá llegar a ser copartícipe y copaciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma". Morelli-Cortázar no intenta la construcción de un personaje al modo tradicional, sino que pretende que el lector contribuya a dar la dimensión completa de los seres que deambulan por la novela. Para convertir un ser plano en uno denso también cuenta con la fuerza del lector, con todas sus experiencias, pero también con todas las debilidades, con todas sus limitaciones. Con la forja de una situación límite, Cortázar va a conseguir la concreción de su solitario personaje, al mismo tiempo que logrará la definitiva cooperación del lector y la sublimación del doble. A mitad de camino, como dos parlamentarios antes de la batalla, cada uno con sus armas, el autor y el lector deben colocar las diversas piezas de la obra. A mitad camino entre dos edificios coloca también Cortázar a Horacio y Traveler. La situación límite en su obra adquiere dimensiones dificilmente superables. Para llegar al encuentro es necesario volver la vista atrás. |
¿Encontraría a la maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. Oliveira había bajado los brazos y parecia indiferente a lo que Talita hiciera o no hiciera. Por encima de Talita miraba fijamente. "Estos han tendido otro puente entre ellos", pensó Talita. "Si me cayer a la calle no se darían cuenta". |
En Madrás o
en Heidelberg, el fondo de la cuestión es el mismo: hay una especie de equivocación
inefable al principio de los principios, de donde resulta este fenómeno que les está
hablando en este momento y ustedes que lo están escuchando. Toda tentativa de explicarlo
fracasa por una razón que cualquiera comprende, y es que para definir y entender habría
que estar fuera de lo definido y lo entendible. Ergo, Madrás y Heidelberg se
consuelan fabricando posiciones, algunas con base discursiva, otras con base intuitiva,
aunque entre discurso e intuición las diferencias son claras como sabe cualquier
bachiller. Y así ocurre que el hombre solamente parece seguro en aquellos terrenos que no
lo tocan a fondo: cuando juega, cuando conquista, cuando arma sus diversos caparazones
históricos a base de ethos, cuando delega el misterio central a cura de
cualquier revelación. Y por encima y por debajo, la curiosa noción de que la herramienta
principal, el logos que nos arranca vertiginosamente a la escala zoológica, es una estafa
perfecta. Y el corolario inevitable, el refugio en lo infuso y el balbuceo, la noche
oscura del alma, las entrevisiones estéticas y metafísicas. Madrás y Heidelberg
son diferentes dosajes de la misma receta, a veces prima el Yin y a veces el Yang, pero en
las dos puntas del sube y baja hay dos homo sapiens igualmente inexplicados, dando grandes
patadas en el suelo para remontarse el uno a expensas del otro.
-Es raro -dijo Ronald-.
-Es raro -dijo Ronald-.
Rayuela es
una novela donde, en un principio, Horacio no sabe que busca algo. Pero ese ansia de
buscar debe ir creciendo porque al cabo de las páginas ya es consciente de que su
deambular por París es la búsqueda de un no sé qué. Después algo pasa, algo lo
suficientemente revelador y concluyente para que pueda hacer exclamar al más sólido militante
que "esto es absurdo" o "esto no tiene sentido".
Que cuando el autor quiere poner un final de trayecto al sogea, el lector ya sabe que Horacio siempre había sabido lo que buscaba porque ya lo tenía consigo. El lector ya sabía desde que Horacio deambulaba por París decidiendo, como si en ello le fuera la vida, en verdad le iba, si tomar la primera bocacalle o no, que la respuesta a la primera pregunta es siempre que no y en cambio, toda la novela, todas esas calles en un sentido u otro, fingiendo estar dentro para acabar encontrandolo sentado en lo alto de la valla junto a ese lector perdido en la inmensa catarata de títulos de autores reales o negros virtuales que cuentan historias mal oídas y peor relatadas sobre un viejo ciego que narra en tono épico, el fragor de las batallas que otros recuerdan que vivieron en su juventud.
Que cuando el autor quiere poner un final de trayecto al sogea, el lector ya sabe que Horacio siempre había sabido lo que buscaba porque ya lo tenía consigo. El lector ya sabía desde que Horacio deambulaba por París decidiendo, como si en ello le fuera la vida, en verdad le iba, si tomar la primera bocacalle o no, que la respuesta a la primera pregunta es siempre que no y en cambio, toda la novela, todas esas calles en un sentido u otro, fingiendo estar dentro para acabar encontrandolo sentado en lo alto de la valla junto a ese lector perdido en la inmensa catarata de títulos de autores reales o negros virtuales que cuentan historias mal oídas y peor relatadas sobre un viejo ciego que narra en tono épico, el fragor de las batallas que otros recuerdan que vivieron en su juventud.
Y te
preguntarías, supongo, que por qué el capítulo 23, recogido por algunos comentaristas
de textos como arquetipo, paradigma de su surrealismo o teatro del absurdo, laberinto
kafkiano, expiación cristiana, suicidio samaritano, tocapelotas de la razón pura.
Será un error de metraje, dices, ya que donde de verdad pasan cosas es en el 24. El capítulo 23 es la imagen especular del 54, a punto de cerrar ya el tintero. Si pudiera encontrar ese pasaje, que había esperado Horacio, que se abriera bajo la estatua de nuestro Luis Vives que saliera directo bajo la vuestra de Raimond Llull y hacerte sentir o comprender las proporciones de lo que cambia entre ambos capítulos. Yo tampoco recordaba qué era importante de él, hasta que volví a saber de un boulevard bajo la lluvia llevando a alguien del brazo. Sólo que esta vez, para mí, era pasar de querer salvar el mundo a pedir tan sólo piedad, como a Talita, buscar un asidero y recibir el tajo que cercena la mano, ("prefiero que no") y todos estos links son esos piolines con los que pretenderá, más tarde, defenderse Horacio, que no son una nueva línea Maginot sino que están llamando a todas las almas buenas del Ejército de Salvación, y de la Federación Interestelar de todas las oenegés del mundo mundial.
Será un error de metraje, dices, ya que donde de verdad pasan cosas es en el 24. El capítulo 23 es la imagen especular del 54, a punto de cerrar ya el tintero. Si pudiera encontrar ese pasaje, que había esperado Horacio, que se abriera bajo la estatua de nuestro Luis Vives que saliera directo bajo la vuestra de Raimond Llull y hacerte sentir o comprender las proporciones de lo que cambia entre ambos capítulos. Yo tampoco recordaba qué era importante de él, hasta que volví a saber de un boulevard bajo la lluvia llevando a alguien del brazo. Sólo que esta vez, para mí, era pasar de querer salvar el mundo a pedir tan sólo piedad, como a Talita, buscar un asidero y recibir el tajo que cercena la mano, ("prefiero que no") y todos estos links son esos piolines con los que pretenderá, más tarde, defenderse Horacio, que no son una nueva línea Maginot sino que están llamando a todas las almas buenas del Ejército de Salvación, y de la Federación Interestelar de todas las oenegés del mundo mundial.
54
y de golpe,
sin saber cómo, se había oído hablándole a Talita como si fuera la Maga, sabiendo que
no era pero hablándole de la rayuela, del miedo en el pasillo, del agujero tentador.
Entonces (y Talita estaba ahí, a cuatro metros, a sus espaldas, esperando) eso era como
un fin, la apelación a la piedad ajena, el reingreso en la familia humana, la esponja
cayendo con un chasquido repugnante en el centro del ring. Sentía como si se estuviera
yendo de sí mismo, abandonándose para echarse -hijo (de puta) pródigo- en los brazos de
la fácil reconciliación, y de ahí la vuelta todavía más fácil al mundo, a la vida
posible, al tiempo de sus años, a la razón que guía las acciones de los argentinos
buenos y del bicho humano en general. Estaba...
-Vos... -dijo Oliveira mirándola colérico, y se interrumpió para abrir la cerveza con
un golpe de la mano contra el borde de una silla. Estaba viendo con tanta claridad un
boulevard bajo la lluvia, pero en vez de ir llevando a alguien del brazo, hablándole con
lástima, era a él que lo llevaban, compasivamente le habían dado el brazo y le hablaban
para que estuviera contento, le tenían tanta lástima que era positivamente una delicia.
El pasado se invertía, cambiaba de signo, al final iba a resultar que La Piedad no estaba
liquidando. Esa mujer jugadora de rayuela le tenía lástima, era tan claro que quemaba.
sangre en las venas
te digo y me decís
y nuestro pulso, cruel detractor de barbaries
que no conocimos, perpetuo carnaval que se nos
aparece junto a los ojos...
felina, la mujer-pez se acerca y me acaricia, me mima
con sus palabras escritas en un viento cambiante, que
acompañó la mutación del mar, el cambio de estaciones
sagrado...
y saber que cada vez falta menos, que nuestra época
todavía no ha comenzado, y que inventaremos historias
hermosas con finales tristes en alguna habitación
vacía, que nos tendrá como únicos habitantes
y treparemos a las paredes
y dejaré que me mates
para matarte luego yo
y quizás nos encontremos una noche de lluvia,
y contemplaremos, seremos los testigos de esto que
no me ánimo a definir como historia, libro o mandala,
nuestra hermosa y maldita carcel kármica que supimos
conseguir...
no le hagás caso a mi voz...vos sos la
verdadera voz, la palabra, el designio...yo soy el
dibujo, la imagen vista desde lejos, ese que se te
acercará, te devolverá tu corazón de cristal después
de tanto tiempo, y te abrazará, te besará y te
invitará a nadar contra la corriente a su lado para
siempre...
el milagro de los colores
tu pelo, mitad
hermosa cara para ser dibujada
voy a desterrarte infinitamente de tu cárcel,
vos no estás hecha para seguir formando parte de
colecciones, de listas aleatorias y humanas...
somos culpables de la eternidad, Maga...la
palabra maldita te encierra, a mi también...vos sos la
Maga que me encontró, yo soy el Leandro que un Mayo te
quiso dibujar...
estamos rompiendo las leyes de la identidad
convencional, estamos destrozando las imaginarias
barreras de espacio y tiempo, nunca creimos en las
distancias ni en los mares premonitores...aunque se
que aún existe un miedo...se que la entrega tendrá que
ser absoluta, o no servirá para nada que hayamos
engañado a los relojes...
perfecta musa para este pintor de muñecos desnudos
cuando nos veamos de nuevo detendremos los
relojes, y permaneceremos eternamente en ese primer
día, nuestro libro nunca dejará de comenzar, nos
sorprenderá con las metáforas de las que formaremos
parte...la penúltima canción continuará sonando...
vamos a enterrar a nuestros yo equívocos
quiero equivocarme de nuevas maneras a tu lado
poeta maldita,
dama asesina,
princesa vampira,
mujer, mujer-pez,
ojos de gata,
Maga,
mi error más hermoso
o mi hermosura más errónea...
preparemos las alas, mitad...
vas a ver que los peces pueden volar...sé que lo sabés, Maga...se nota en tus naturalidades, en la forma de caminar, en la manera de alzar la vista irónicamente, la mayoría confunde ese gesto con ingenuidad, yo lo entiendo, yo soy la Maga, la no-Maga, la coraza, el cigarrillo en lugar de la metáfora, el deseo de dejar de existir, el deseo de empezar a existir...-Che, te estás poniendo metafísico y viejo, L.-sonrió entre dientes, luego de decir por segunda vez esa oración, en apariencia inocente y hasta jocoso, pero sabiendo ( o sin saber) que era eso... que era verdad...La Maga (lo había observado en los últimos días) tenía el puñal clavado de una manera mucho más visible de lo que había pensado en un principio...seguramente el calor que había comenzado, había dejado al descubierto las heridas...viendolo desde afuera no parecía tan grave, pero sabía -lo intuía en sus transformaciones a no-Maga- el dolor era gigante...perfecta representación de la palabr
Suenas a
realidad, a tridimensional, a viable, a olor de multitud, a fiesta, a vida ciudadana, a
humedad de noche en la playa, a un apretado fin de semana, a hoguera, humo y ruido, a
amistad que dura y es fecunda, a cobijo de la intemperie, a valses y canciones, a
canciones de madre, a jotas, danzas y fandanguillos, a vino y guitarra, a amores
sosegados, a locuras poéticas, a licencias de sensatez, a morbo y masoquismo, a
incomprensión compartida, a paredes húmedas con olor a amor, a saliva amarilla, a fruta
olorosa, a mar mediterráneo, a bosque urbano, a celos y pasiones, a largos paseos de
noche, a ilusiones y sueños de adolescente.
La novela
'Rayuela'
cumple cuarenta años
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'Rayuela' la
conquista de la trasgresión Elsa Fernandez-Santos, El País. Madrid. 14 mayo 2003.
La novela de Julio Cortázar, arquetipo literario y símbolo de una generación, cumple 40
años. La destrucción del sentido común, la perversión del lenguaje, la imaginación al
servicio de nadie. En 1959, Julio Cortázar (Bruselas, 1914-París, 1984) se refiere al
libro que entonces prepara: "Será algo así como una antinovela, la tentación de
romper los moldes en que se petrifica este género". Rayuela se publicaba cuatro
años después revolucionando ("provocar, asumir un texto desaliñado,
incongruente") la literatura en castellano. Las aventuras parisienses de Rayuela
("En el fondo, París es una enorme metáfora", escribe Cortázar) fueron una
puerta a la modernidad de toda una generación que, en plenos años sesenta, encontró en
este libro la transgresión que anhelaba. Ayer, un grupo de escritores y amigos de
Cortázar analizaron en Madrid al escritor y su obra. Rayuela era una novela que se
presentaba como protagonista de sí misma, un juego de palabras que podía leerse
siguiendo múltiples caminos, sin pautas. Rayuela pedía un lector libre. En 1951, poco
antes de embarcarse en su escritura, Cortázar escribía en una carta a su amigo Fredi
Guthmann: "No quiero escribir, no quiero estudiar; quiero, simplemente, ser de
verdad; aunque ello me lleve a descubrir que no soy nada". Ayer, y bajo el título de
Celebración de Julio Cortázar (a los 40 años de 'Rayuela'), la Casa de América de
Madrid celebró una mesa redonda en la que el crítico y poeta Saúl Yurkievich, encargado
de las obras completas de Cortázar que editará Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores,
definió Rayuela como una "jugarreta metafísica, una jugada lúdica y humorística
en la que Julio da lugar a todo lo que se le ocurre y todo lo que ocurre. Es la chispa, el
capricho y el divertido dislate". "En Rayuela", continuó, "tenemos
todos sus saberes y todos sus quereres". Yurkievich añadió: "Cortázar nunca
se consideró un escritor profesional, era imposible teniendo en cuenta su relación con
la literatura. Necesitaba estar del todo implicado en el escrito, para él la literatura
era algo estrictamente personal, era una literatura contra sus propios poderes, siempre
escribiendo la antiliteratura, adoptando la antiforma, creando la antinovela. Cortázar no
quería apoyarse en las facilidades del oficio y por eso siempre está en el filo de una
cornisa con peligro de caerse de un lado o de otro. Siempre nadó contracorriente, buscaba
controvertir y controvertirse". Junto a Yurkievich, participaron -en un acto al que
asistió la viuda y segunda mujer de Cortázar, Aurora Bermúdez- otros miembros de la
Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara: Raúl Padilla, Sealtiel
Alatriste, el crítico Julio Ortega y el escritor Carlos Fuentes.Sealtiel Alatriste
calificó Rayuela como "la piedra de toque" de la educación sentimental de toda
una generación. Recordó sus últimos encuentros con el autor de Historias de cronopios y
de famas, entre ellos, el último, un paseo por la casa de la pintora Frida Kahlo, donde
el escritor argentino le dijo: "Tú piensas que yo debería haber escrito un gran
libro, pero no entiendes que yo escribo para vivir". "Cortázar", añadió,
"me enseñó que la fuerza de la literatura está en la vida misma y no en la
perfección de lo que se escribe". Alatriste recordó cómo la muerte de la tercera
mujer de Cortázar, Carol Dunlop, sumió al escritor en una terrible tristeza. Ella, mucho
más joven que él (y también infectada por el entonces desconocido virus del sida),
murió sin que él acabara de aceptar su desaparición. Julio Ortega (que tituló su
intervención Retrato de Julio Cortázar con musas al fondo) versó su comparecencia en la
reacción apasionada que provocaba la lectura de Rayuela en las mujeres. "Cortázar
fue víctima de sus lectoras", afirmó Ortega. "Empezaban buscando un lugar en
sus libros y acababan queriendo un lugar en su vida. Las muchachas de mi facultad querían
sobre todas las cosas ser La Maga: llevaban medias negras, fumaban Gitanes y empezaban a
cocinar mal, llevaban como una especie de amenaza Rayuela bajo el brazo. Con ese libro, de
alguna manera empezó la crisis existencial masculina. Algunas de estas lectoras creían
que Cortázar les había escrito personalmente a ellas, se sentían sus novias".
"Él", continuó Ortega, "había concebido la literatura como un acto
amoroso, un acto íntimo". Tanto Carlos Fuentes como Raúl Padilla recordaron el
compromiso político de Cortázar. Dijo Padilla: "El tono emocional y la perspectiva
del autor de Rayuela no fue diferente a la del hombre político. Cortázar mezcló el
pesimismo con el optimismo, la condena con la esperanza. En sus obras y en sus compromisos
políticos el eje siempre fue el hombre. Carlos Fuentes recordó su vieja amistad con el
escritor ("ya son 19 años sin Julio"). El autor mexicano señaló que con
Cortázar murió también el misterio de su propia literatura, aunque no el de un hombre
"excelente", a la altura de lo que escribió. "Verlo por primera vez fue
una sorpresa. Fue en 1960 y en mi memoria sólo había una foto vieja en la que se le
veía con un aspecto prohibitivo, unas gafas enormes, el pelo pegado y lleno de gomina.
Cuando abrió la puerta de su casa vi el rostro de un muchacho alto y con pecas. Pregunté
por su padre, pero era él". Fuentes habló de una amistad que se prolongó durante
años en viajes y reuniones, en coincidencias aunque no siempre ideológicas y en lo que
definió como una amistad generosa y alegre. "Cortázar era un surrealista que
quería que la revolución fuera de dentro y de fuera. Vivió un conflicto del que pocos
se salvaron en nuestro tiempo, coincidimos políticamente en muchas cosas, pero no en
todo. La amistad salvó nuestras diferencias". Fuentes describió los paseos por el
Barrio Latino de París, reuniones con Gabriel García Márquez y sesiones de cine a todas
horas. "Lo llamé un día El Bolívar de la literatura, nos liberó liberándose. Le
dio sentido a nuestra modernidad porque la hizo crítica. Nos habló del valor
insustituible del momento vivido y por eso seguirá convocando a los lectores que necesita
para seguir viviendo".
y este otro
Un artefacto lleno
de posibilidades José Andrés Rojo. Mismo día, mismo periódico. Lo primero que pasó
con Rayuela era que tenía un formato manejable en aquella edición de Sudamericana.
Parecía un pequeño ladrillo negro, con las sobrias líneas blancas que dibujaban la
rayuela y sus letras amarillas, que incluso podía servir para tirárselo a alguien y
romperle la crisma. Pero casi mejor era abrirlo y adentrarse en sus páginas, y sucedía
entonces que se abrían miles de posibilidades de manipular el objeto. Podías leerlo
seguido o saltar de capítulos o aceptar el camino que te sugería el propio autor, de un
lado a otro, de atrás hacia delante, y luego al revés. (el inciso es mío) Ese mismo
artefacto negro de la Editorial Sudamericana de Buenos Aires, es el que tengo ahora mismo
entre las manos, en su edición de agosto de 1976, en el que lo hemos leído mis hermanos
y yo por primera vez. Lo tengo en lugar principal, junto con Paradiso de Lezama Lima y
otros incunables. No es tan duro, o las tapas se han ablandado y están llenas de
cicatrices que resaltan sobre el negro de charol, el paso de las hojas es suave y huele a
polvo, a biblioteca de viejo. (termina el inciso) Los escritores latinoamericanos habían
roto las estructuras, las formas, de los libros que se leían por entonces, y cultivaban
alegremente estilos que desafiaban las normas y en sus historias podía ocurrir cualquier
cosa. No es que se lo hubieran inventado todo, aunque eso era lo que parecía, pues
recorrían caminos que ya habían sido transitados en otras latitudes. Todo tenía, sin
embargo, un aire de frescura y era como si se hubiera abierto una caja de Pandora y
hubiera salido todo lo que estaba tapado. El artefacto de Rayuela, pues, rompía unos
cuantos esquemas, aunque tuviera también sus peligros. Uno de ellos, grave, era que daba
facilidades para convertir al lector en un auténtico pedante. Otro de ellos, menos
dramático, era que podía llevar a quien lo leyera a recorrer París con el gesto
ligeramente torcido y la mirada un tanto perdida, como quien va por el mundo con unas
vivencias tan sofisticadas que en nada se parecen a las que padecen el resto de los
mortales. Tenía, así, algo de libro iniciático, y el que se hubiera empapado en él
resultaba autorizado para recorrer el free jazz o las obras de Mondrian como si fueran su
propia casa. Más allá de estos riesgos, lo que se encontraba en Rayuela era a Julio
Cortázar. Un hombre de una estatura imponente con rasgos de adolescente que había
convertido la literatura en una suerte de alimento sin el cual resultaba imposible vivir.
En Rayuela, Cortázar contaba una historia de amor, con todos sus dolores y miserias, la
ponzoña de los celos, los ajustes de cuentas, y también con la intensidad de sus
arrebatos y su ternura ("Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu
boca..."). Es un libro habitado por la melancolía y por un extraño dolor. Y
Cortázar había puesto todo aquello después de agitar las palabras, de meterlas en
pasadizos caprichosos, de hacerlas transitar al azar. Todo fluye en Rayuela, se
desparrama, pueden decirse las cosas en argentino, clavar fragmentos de procedencias
diversas unos detrás de otros, inventar sonidos ("Apenas él le amalaba el noema, a
ella se le agolpaba el clémiso y se caían en hidromurias..."). ("Por lo que me
toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único
personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo
debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo"). Llegó
Rayuela, hace tanto ya, para romper la rutina de las letras. Cortázar transcribía en una
de sus páginas una "nota pedantísima de Morelli": "Provocar, asumir un
texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no
antinovelesco)". Y después apuntaba su "método": "La ironía, la
autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie". Eso
fue lo que trajo, un fuerte golpe sobre la mesa para cambiar de sitio los papeles (y
además el libro tenía esas maneras distraídas de quien camina hacia ninguna meta, y no
lleva ninguna prisa). Con Rayuela llegaron también La Maga, Horacio, Rocamadour, Talita,
Traveler... Vinieron, aunque parezca imposible con esos nombres. Y llegó también esa
desazón, que se quedó, y que Cortázar formulaba así contado de uno de sus personajes:
"Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre
tampoco".
JULIÁN RÍOS
La fosforescencia
del semicírculo y las casillas en la portada negra anticipaba la visión final del libro.
Al volver a abrir mi primer ejemplar de Rayuela, fané y desencuadernado, daba un salto de
casi cuarenta años. En la esquina superior derecha de la primera página, a lápiz, 290,
el precio en pesetas elevado entonces que no lo era tanto de tener en cuenta que ese libro
era efectivamente "muchos libros". Comprado en un librero madrileño de la calle
de Preciados, según indica el sello en la última página, no tardaría en convertirse en
uno de mis libros más preciados. Al cabo de varios meses, y alguna reclamación, tenía
por fin en las manos la primera edición de esa novela publicada en Buenos Aires el 28 de
junio de 1963. (Desde la adolescencia la literatura era algo prohibido que venía de
Argentina). Debió de ser a mediados de octubre porque en un quiosco de la Gran Vía,
llamada entonces José Antonio, se anunciaba a todo color el adiós a Piaf. (Al mismo
tiempo desaparecía Cocteau, tan importante para un tal Cortázar). Tenía prisa por
llegar a casa y cortar las páginas, para encontrar a la Maga, o al Mago del hago y
deshago, y bajando por la calle de Alcalá ya estaba del lado de allá, al otro lado de la
página apenas atisbada, imaginando la Rue de Seine, la luz ceniza y olivo de un río que,
quién me lo iba a decir entonces, iba a tener mucho después a todas horas ante los ojos.
En 1974, Julio Cortázar me dedicaba ese releído raído reído ejemplar, tan socorrido,
que fue un salvoconducto para pasarme de la rayuela y salirme de mis Castillas.
***
1. Algunos años
antes, en 1970, dialogando con Octavio Paz en Londres, observaba que Rayuela le quitó el
corsé a esa señora un poco pesada que era nuestra novela y la obligó a hacer ejercicio.
Los años no pasan en balde y ahora, cursi e ricorsi, parece que se lleva de nuevo el
corsé, el discurso decimonónico que es el canónico para tantos fabricantes
emprendedores de comienzos del siglo XXI.
2. Por el humor se
sabe dónde está el juego y comprobé más de una vez que el lector sin sentido del humor
se quedaba enseguida fuera de juego, del hagan juego, en una novela cómica como Rayuela.
Por el amor se sabe dónde está el fuego, todos los fuegos encendidos de amadores, que
arden en Rayuela desde "esa ligera llama rosa" que podemos alcanzar con la
lengua.
3. Ante algún
perfecto desconocido, verdaderamente impenetrable, Cortázar solía dejar caer como por
azar el nombre salvador de Dalí... De modo parecido, mi test reactivo es Rayuela, para
tratar de saber con y de quién se trata, y ganar tiempo, porque enseguida el lector de
principios echa de menos el final, un final fijo, resulta un libro algo excesivo, ¿no le
parece?, momento perfecto para el final del juego y apresurar la despedida.
4. Recordaba una
conversación con Julio Cortázar sobre humor negro y blanco de España, a finales de los
setenta, en el hotel Palace de Madrid, que yo solía llamar Palace Ateneo, porque allí
paraban tantos escritores. En ese hotel había vivido permanentemente un periodista y
humorista gallego, Julio Camba, que probablemente Cortázar no había leído, aventuré,
para afrenta de lector tan omnivoraz. El autor de Rayuela conocía de sobra al autor de La
rana viajera, y a otros humoristas galaicos, pero la mejor explicación me la daría mucho
después Carlos Fuentes: "Julio conocía a todos sus tocayos". Alguno como Julio
Casares le facilitaría con su Diccionario los llamados "juegos en el
cementerio" de Rayuela.
5. Una pareja que
se besaba junto a las barcazas del canal Saint-Martin, en el penúltimo capítulo de la
novela Monstruario, gracias a la ósmosis de la literatura y a los besos comunicantes se
desdoblaba en Horacio y Lucía, para llamar por su nombre a aquellos amantes del Sena
rioplatenses, que en la distancia acababan reducidos a un enrevesado anaglifo o
jeroglífico glíglico.
6. Me parece que
una palabra clave de Rayuela es invención, así en cursiva en la novela, la invención de
cada día, al clavar el dardo en el centro de la realidad cotidiana, y transformar
cualquier cosa banal en lo nunca visto, como muestra Picasso al poner su pica en Flandes y
darle la vuelta al manillar de la bicicleta sobre el sillín invertido, su modo de tomar
el toro por los cuernos y activar el trofeo atrofiado. La invención en Rayuela es doble:
quitarle a lo extraordinario el extra y añadírselo a lo ordinario.
7. Había
proyectado con el poeta y crítico Saúl Yurkievich un Libro de Rayuela, juego al que
Julio Cortázar iba a prestarse, un recorrido casilla a casilla por la novela dialogando y
divagando con su autor, pero la muerte -el 12 de febrero de 1984- impulsó el guijarro
fuera, al limbo de los proyectos.
8. Poco antes de
ponerme a saltar por esta rayuela de recuerdos, iba por el Quai de la Mégisserie con un
joven escritor español, Eloy Fernández Porta, recién llegado a París para preparar un
libro de conversaciones conmigo, y al pasar junto a los peces de abril, que abrían la
boca desde sus bocales al sol, evoqué a los protagonistas de Rayuela allí mismo, en
éxtasis ante las peceras, y pude comprobar que los rayos de Rayuela siguen iluminando y
alegrando a lectores y escritores veintiañeros. Y recordé que el pez solo se entristece
y entonces basta ponerle un espejo y el pez empezaba de nuevo a estar contento... Las
páginas espejos de Rayuela también animan al lector axolotl solitario.
9. Participé en
un homenaje a Julio Cortázar, a los cinco años de su muerte, en la sede de la Real
Academia de la Lengua Española, nada menos. Cuando me llegó el turno, recuerdo que
empecé así mi discurso: "Agradezco al autor de Rayuela que me haya permitido entrar
en la Academia...", y se me atragantó la carcajada, no por el dislate, sino por la
máscara de luna llena enharinada de la señora que trataba de irse del salón equivocado
y no podía ser otra que la pianista Berthe Trépat sin duda de tournée en Madrid.
En el Cielo o
semicírculo de la portada de mi primera Rayuela está inscrito Julio Cortázar. El cielo
de un autor son sus lectores -la calidad cuenta más que la cantidad- y el lector
cómplice de Rayuela recorre y descorre las casillas para llegar al cielo abierto en que
autor y lector (o coautor y colector) completan la figura de su propia constelación.
Existen diversas ediciones de Rayuela, de Julio Cortázar, en Alfaguara, Alianza,
Cátedra, Punto de Lectura y la Colección Archivos.
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