miércoles, 31 de diciembre de 2014

jueves, 23 de enero de 2014

Castellanos Moya: "La literatura nace de la infelicidad y de las crisis"


 En Argentina entrevistaron recientemente a Horacio Castellanos Moya, quien habló de la crisis como un posible motor generador de nueva literatura, y de la guerra en El Salvador, un tema que le ha pasado por la mente pero que sólo bordea en sus novelas. La entrevista aparece sin crédito pero es de El Universal:


El escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya asegura que la literatura "nace a partir de la infelicidad y de las crisis", por lo que la situación que atraviesa actualmente Europa puede representar una oportunidad para que los autores "enfrenten los momentos extremos del ser humano".
"El no estar acostumbrado a estar en crisis; el considerar que tu nivel de vida era infinito, que no iba a cambiar, y de pronto las reglas del juego cambian radicalmente, eso obliga a un autor a replantearse todo", explicó Castellanos en una entrevista con Efe en Buenos Aires.
El escritor nacionalizado salvadoreño, aunque natural de Honduras, se encuentra estos días en la capital argentina, donde ha presentado su última novela, "El sueño del retorno", en la Feria Internacional del Libro.
"En el caso latinoamericano, nosotros surgimos de las crisis -prosigue Castellanos-. Yo me formé como escritor a la sombra de una guerra civil y he vivido siempre en crisis. Que se hunda una economía no me parece nada excepcional: he vivido muchos hundimientos y creo que los latinoamericanos lo vemos así".
Afincado en la actualidad en Estados Unidos, el escritor ha vivido en muchos países, a uno y otro lado del Atlántico, y por eso analiza con perspectiva los cambios "intensos" que se están dando en el mundo.
Unos cambios que también afectan al mercado literario y, concretamente, al español, "que fue durante muchos años un mercado estable y referencial, a partir del cual se proyectaban las obras hacia los países de habla castellana".
"Ahora eso está cambiando de una manera acelerada, porque España ha entrado en una crisis y no se sabe qué va a suceder. La reducción del mercado, de la capacidad de compra, es brutal", afirma.
Sin embargo, explica Castellanos, "en la medida en que la crisis se profundice en España, al igual que la concentración del capital y de las editoriales y se deje de dar el nivel de consumo que existía anteriormente, Latinoamérica tendrá una mayor presencia, porque no está sufriendo los mismos tipos de variables económicas".
El escritor asegura que su obra no surge de ese tipo de crisis, ni de una intensa investigación de un momento en concreto de la historia, sino de "impresiones que afectaron a mi aparato perceptivo y me dejaron herido. Situaciones en las que me veo involucrado emocionalmente".
"Es como algo que empieza a sonar en el oído. Hay una imagen, una voz o una sensación que poco a poco se va acumulando y de ahí sale una historia", dice.
Historias como la de Erasmo Aragón, el protagonista de "El sueño del retorno", con el que comparte anécdotas de vida, "pero no la manera de ver y enfrentar el mundo".
"No es un libro autobiográfico. Utilizo algunas anécdotas mías, cosas que me han sucedido, pero distorsionadas y exageradas a partir de las necesidades del personaje, que tiene una psicología muy particular", asegura Castellanos.
El Salvador y la Guerra Civil que sufrió ese país entre los años 1980 y 1992 siempre están presentes de alguna manera en su obra, aunque sea de manera lateral, o como dice él, "por los bordes".
"Me formé en El Salvador y viví todo mi exilio mexicano, que duró diez años, atento a lo que pasaba con la guerra, porque era una guerra que afectaba a todo", indica.
Por eso -añade-, "mi literatura siempre está relacionada con esos años de mi vida, con esas experiencias y esas situaciones. Este libro, 'El sueño del retorno', transcurre en México, pero el personaje es un salvadoreño que está pendiente de lo que sucede en su país".
Sin embargo, Castellanos no se anima a escribir una novela que tenga como argumento específico la guerra que se vivió en el país centroamericano.
"Lo de escribir una novela de guerra es algo que mucha gente se plantea. Yo nunca lo he hecho, aunque mis historias siempre van circulando alrededor de ella. Pasa por mi mente, pero no es algo que me obsesione. No me lo planteo como un desafío personal", concluye

miércoles, 22 de enero de 2014

¡Oh dios mío! Si esto es como matar un ruiseñor!



Por Álvaro Cuadra

En un libro reciente Mario Amorós, Sombras sobre Isla Negra, nos refiere la reacción de Neruda ante la muerte de Víctor Jara, triste presagio de la suya propia en la Clínica Santa María en oscuras circunstancias. Desde su lecho de enfermo, en la habitación, Pablo le increpa a Matilde: “Están matando gente, entregan cadáveres despedazados. La morgue está llena de muertos, la gente está afuera por cientos, reclamando cadáveres. ¿Usted no sabía lo que le pasó a Víctor Jara?, es uno de los despedazados, le destrozaron sus manos… ¿Usted no sabía esto? ¡Oh dios mío! Si esto es como matar un ruiseñor, y dicen que él cantaba y cantaba y que esto los enardecía” 

En aquellos tristes días de septiembre de 1973, Víctor Jara fue llevado desde la Universidad Técnica del Estado al Estadio Chile, un centro de detención de ciudadanos; allí fue sometido a vejámenes durante varios días y, finalmente acribillado. Hoy, un proceso judicial en curso ha señalado el nombre de los verdugos: Pedro Barrientos Núñez, Hugo Sánchez Marmonti y entre los cómplices Edwin Dimter, alias “El Príncipe” Hoy sabemos que en todo el territorio nacional, aquel día y los que siguieron, muchos hombres de armas se convirtieron de uniformados al servicio de su patria en asesinos y criminales.

El cuerpo de Víctor Jara fue tirado cerca del cementerio con 44 impactos de bala y evidencias claras de tortura. Fue sepultado en silencio y soledad por su viuda, Joan Turner, como única testigo de la infamia, al tiempo que Chile entero se sumía en una oscura noche de terror dictatorial que duraría varios años. Mientras muchos chilenos enterraban a sus muertos, muchos uniformados, con la abierta complicidad de civiles de derecha, ebrios de sangre, recorrían amenazantes las mudas calles de nuestras ciudades y poblados.

A casi cuatro décadas de aquella tragedia, los chilenos hemos podido conocer, aunque sea muy parcialmente, las dimensiones más tenebrosas de lo acontecido. Bien sabemos que muchos de los culpables, tanto uniformados como sus cómplices civiles, siguen impunes en el Chile de hoy. Lo que no sabían los verdugos de entonces es que al matar un ruiseñor, su canto se multiplica al infinito en un “para siempre” y sus ecos resuenan una y otra vez en el mundo entero, tal y como cantara Víctor Jara: “Ahí donde llega todo / y donde todo comienza / canto que ha sido valiente /siempre será canción nueva”.

Anne Chapman y Los tolupanes

Con el descubrimiento europeo de las Américas la conquista militar, la explotación económica, y el proselitismo religioso causaron un daño incalculable en la forma de vida de los tolupanes. La violencia y la ruptura persistente durante la mayor parte de la era post-colombina, inevitablemente, obligó a retirarse a los restos de esta cultura en la densamente boscosa, casi inaccesibles montañas y valles altos del centro de Honduras.  Con los años, este proceso marginó a la sociedad tradicional tolupan y transformó su cultura en una más adecuada para el refugio y el aislamiento. Ciertamente, en fecha tan tardía como la década de 1860, los tolupanes, para entonces despectivamente denominados jicaques, estaban huyendo de los peligros de las regiones bajas y más fértiles hacia la seguridad de las "crudas" montañas del interior.  En ese momento, tres familias, que buscaron refugio en las tierras altas, fundaron la comunidad de La Montaña de la Flor, el sitio seleccionado en 1955 por la antropóloga Anne Chapman para la grabación y el análisis de la tradición oral de los tolupanes contemporáneos. Ahora una comunidad de unos 600 habitantes, ha conservado su lengua materna y elementos de un pasado cultural rico.


El cacique de la sección oeste, Julio Soto, quien ha hecho todo lo posible por huir de los forasteros, incluidos los misioneros y yo, aunque no de todos los maestros de la escuela.  Casi de la misma edad que Cipriano, el cacique de la sección este, Julio todavía viste un balandrán de mezclilla como el usado por su padre y la mayoría de los hombres en la década de 1950. Probablemente, hasta alrededor de mediados del siglo XIX, el balandrán había sido hecho de tela de corteza de árbol.  Yo diría que alrededor de entonces se comenzó el intercambio con los comerciantes locales y cambiaron a la mezclilla, porque era más fácil comprar que tirar ciertos árboles para trabajar su corteza para hacer ropa de vestir.  También el dril de algodón es fácil de lavar.  Julio mantiene con orgullo que él y su familia viven de su propio trabajo, que no necesitan ni quieren regalos de ningún tipo.  En su mayoría desea mantener la tierra en la que tienen derecho por la ley, que les concedió el ejido en 1929.  Su territorio fue invadido por los ladinos vecinos por un tiempo muy largo.  Los dos caciques representan puntos de vista diametralmente opuestos sobre la autonomía, la identidad, la autosuficiencia, la aculturación y las relaciones con su pasado, el presente y el futuro de sus hijos, que ahora son adultos.  Pero ¿quién está ganando?  Quizás nadie o ambos: más "cosas" pasarán en la historia como el aumento de la población mestiza en el asentamiento.  Esperemos que, sobre todo, su tierra ahora se respetará, su lengua ahora adquiera mayor reconocimiento por las nuevas generaciones cada vez más bilingüe y los jóvenes comenzarán a reinterpretar su tradición oral, en lugar de simplemente ignorarla.